TOMAS SALAZAR SUAZA

Biografía

Tomás Salazar Suaza, nacido en 2005 en Medellín, es un artista en formación, apasionado por diversas técnicas pictóricas, especialmente por el uso del acrílico con espátula, que le permite la máxima libertad creativa. En su búsqueda de un lenguaje artístico personal, ha abrazado el expresionismo como aliado perfecto para transmitir las imágenes que brotan de su interior. Ha realizado más de 50 exposiciones en todo el mundo, llegando sus obras a ciudades como Miami, Nueva York, Sydney, Jesús María (Perú), Buenos Aires, Coatepeque (Guatemala), San Cristóbal Verapaz (Guatemala), Altea (España), y en Colombia: Medellín, Bogotá, Cartagena, Pereira, Armenia, Cali y Bucaramanga.

Como muchos artistas en formación, Tomás empezó su carrera pintando temas cotidianos como paisajes y la figura humana. Esta fase temprana le ayudó a aprender sobre el color y la composición. A medida que evolucionaba, sus cuadros adquirieron matices más maduros y empezó a explorar la abstracción y el surrealismo, abriendo una puerta a un mundo interior donde la fantasía no tiene límites.

Desde muy joven, Tomás Salazar demostró un profundo interés y talento por el arte. Inició sus estudios a los diez años de la mano del profesor Juan Pablo González y continuó su formación con la artista visual Betty Cárdenas. Ha tomado talleres con maestros como Francisco García, Filio Carmona, Pascual Ruiz Uribe, Luis Guillermo Mejía Vallejo y Ángela Mejía Vallejo. Cursó un diplomado en Historia del Arte en la Universidad de Lux, México. Actualmente, avanza sus estudios en Bellas Artes en la Universidad Miguel Hernández en Altea, España.

La carrera artística de Tomás Salazar dio un salto importante a principios de 2018. Con tan solo catorce años, comenzó a exponer sus obras en diversas muestras colectivas por todo el país, llamando la atención de críticos de arte y coleccionistas. A lo largo de los años, ha expuesto en numerosas galerías, instituciones gubernamentales y museos de renombre, tanto a nivel nacional como internacional. Sus exposiciones individuales han sido celebradas por su innovación y profundidad artística. Algunas de sus obras más icónicas incluyen "El Sueño" (2018), "Fémina" (2019) e "Invicto" (2023). Estas piezas ejemplifican su viaje a través de varios estilos artísticos y destacan su capacidad para transmitir temas emocionales y conceptuales profundos a través de su arte.

El trabajo del artista Tomás Salazar Suaza es un ejercicio pictórico consciente, sincero, autoreflexivo, propio de un creador joven y emergente, arriesgado, que proyecta en muchas de sus imágenes un gesto autorreferencial en cierto modo auto-etnográfico, donde analiza el devenir de aquellos aspectos cotidianos emocionales que marcan señales, claves y signos de su historia personal.

En la estética de su pintura gravitan personajes interesantes, se constelan la memoria, la imaginación, la fantasía, los recuerdos, y fragmentos o trozos de vida, todos estos elementos se tejen o se imbrican en sus obras. Entre las referencias a experiencias vitales, emergen imágenes especulares del amor y el desamor, o un desaire amoroso. De igual manera, se manifiestan sus vínculos con sus seres queridos, los momentos coyunturales de su acontecer, uniones, fricciones, fracturas, conflictos, tensiones, el drama barroco de la vida desde los efectos de lo figurativo, hacia las pulsiones de lo abstracto.

En su obra vemos una apuesta por la figuración en el contexto expresivo de atmósferas etéreas de naturaleza inmaterial en unos casos, arquitectónica en otros. Es un retorno interesante a la pintura con acentos y elementos de lo abstracto, pero sin abandonar la contundencia estructural del dibujo, la importancia que algunas de estas circunstancias pueden tener para su sensibilidad traducida en una iconografía muy sensata; en la cual, el artista proyecta una reflexión poética.

La manera como Tomás indaga y ahonda en la naturaleza de sus emociones, en su ámbito cotidiano, nos permite reflexionar en las pasiones como expresiones del pensar o del sentir, que son atributos del alma. Todo esto suscita en el artista la creación de una obra también expresiva en relación con la manera como analiza o resignifica la importancia espiritual y emocional de eventos salpicados de afectos y emociones que trastocan y subvierten su cotidianidad. En sus pinturas pasa algo similar con el color y con la arquitectura, ya que éstos dos elementos compositivos se vuelven también personajes. El valor semántico del color indica que éste se convierte en un personaje, un personaje que devela y oculta, por ello su carga simbólica también en el color, que se traduce poéticamente en temperaturas, matices, que corresponden al estado del alma.

La intensidad de las pasiones en las relaciones amorosas, afectivas, interpersonales, son materia prima para consolidar su iconografía en la cual Tomás decanta y depura esas emociones de manera auto-reflexiva, y evidencia la forma como elucubra acerca de sí mismo, desde su interior lleno de fantasmas, lleno de luces y sombras, en un juego constante con la vida, con las circunstancias y con el azar.

Las pulsiones de vida y muerte, de eros y tánatos son también cualidades latentes de su ejercicio pictórico en el cual Tomás trata de ser muy libre y de utilizar una serie de símbolos encriptados que sugieren reflexiones, sentimientos y expresiones. Estos objetos de deseo se reproducen en su pintura, en medio de un juego semántico de tragedia e ironía. La literatura, su cultura visual, su imaginación y la mirada interior son ingredientes para sus exploraciones pictóricas. La pintura permite al artista, en este caso, hacer una radiografía de sus pasiones, 2 ideas y emociones, de hecho, les confiere un rostro y una imagen a esas pasiones que se camuflan en multiformes personajes.

Los movimientos interiores, o el sufrimiento moral son desencadenantes de fuerzas emotivas, que permean el lenguaje pictórico de muchos artistas. Las pasiones humanas también hacen parte de la esencia de los artistas; y éstas se reflejan o se expresan en la manifestación de alegría, tristeza, melancolía, amor y odio, creación y destrucción (atributos, sentimientos y emociones, que constituyen el valor expresivo de muchas obras de arte a través de la historia de la humanidad; esto les puede aportar, precisamente, una serie de valores o de cargas poéticas, ontológicas, espirituales y trascendentes).

Son también elementos destacables en la obra de Tomás Salazar el uso audaz de las veladuras, la meditación con la arquitectura como un componente que vertebra espacios y dimensiones cargados de emotividad y mensajes simbólicos. Éstos devienen simbologías asociadas con la guerra, el juego, el azar y lógicamente el amor, el aniquilamiento o la desolación. El amor se vuelve un campo de guerras y batallas, de triunfos, victorias y derrotas (o aparentes derrotas). Enormes figuras de ajedrez, tableros del mismo juego, que fungen como terrenos, parcelas, o territorios, entre escalas, pedestales, o entre columnas de palacios y espacios mágicos son testigos de eventos, y fenómenos misteriosos, sugeridos, ya que estos se convierten en conflictos no resueltos totalmente frente a nuestros ojos.

La estructura compositiva a menudo, en sus obras, nos configura una arqueología de la memoria, cifrada por tonos rojos, azules, violetas, negros, blancos. Una paleta de color que aporta otras temperaturas al espacio, y que suma tensiones a las acciones físicas que se desenvuelven frente a nuestros ojos. Espacios, personajes, formas y colores generan una dramaturgia compositiva y performática.

Lo geométrico y lo racional de las construcciones arquitectónicas representadas (columnas, arcos, pirámides), contrasta con lo intuitivo y subjetivo del color y las demás formas a veces sinuosas que pululan en su obra. Lo animal nos remite al instinto, los edificios y su materialidad a la razón humana. La arquitectura puede ser pétrea y sólida, como también metafísica, cristalina, iridiscente, transparente, diáfana, etérea (inmaterial); y esa misma arquitectura deja entrever u ocultar o sugerir, muchos pequeños eventos y seres diversos dentro del cuadro.

El pintor nos representa arcos de medio punto, columnas, la simultaneidad de elementos románicos y góticos para una expresión ecléctica de las formas. Esta es la arquitectura simbólica e imaginaria, de sus propias emociones. Edificios y ruinas de un castillo interior. Líneas angulosas, horizontales, verticales, diagonales, suman misticismo al trabajo. Las pasiones mismas quedan delimitadas por esta arquitectura fantástica, por los territorios de la imaginación.

Animales alados (celestes), y terrenales, personas, calaveras, la muerte, caballeros medievales con armaduras, espadas, reyes y reinas, configuran un abecedario visual, un imaginario propio de la iconografía de Tomás, donde pululan personajes misteriosos evidentes y ocultos, seres míticos. Un repertorio iconográfico que muestra impresiones vitales del pintor, mitologías personales. Se muestra además el recurso a la alegoría y al 3 símbolo, a la metáfora y la metonimia, muchos de estos elementos giran en torno a la lucha entre el bien y el mal, la catarsis y catalizadores de las emociones, y las pasiones intensas, el dolor de su interior trastocado y subvertido por la vida.

El diálogo entre veladuras plásticas de la técnica pictórica, se armoniza a partir de un collage de recuerdos, de memoria, de espacios inter-dimensionales que se debaten entre la angustia, y la calma, entre el placer y el paroxismo, entre la catarsis o el éxtasis, y la contemplación serena y silenciosa. A pesar de lo silencioso y aparentemente sosegado de algunas escenas representadas, y de que hay una referencia espacio-temporal en algunos de los escenarios plasmados por Tomás; también podemos meditar a partir de la observación de escenas dramáticas, o frente a situaciones atemporales. Es decir, también hay algo ritual, algo enigmático que nos invita a confrontar nuestro propio mundo interior.

Desde el amor, y desde el dolor, desde la paz y la guerra, desde la vida y la muerte, la angustia y la serenidad, la impotencia y la resiliencia (como el ave Fénix, que renace de sus propias cenizas), la narrativa de su obra tiene un componente irónico, un juego de planos en el espacio, donde pareciera que se mezclan el sueño y la vigilia, donde se expanden las emociones más íntimas del pintor en un escenario existencialista, emociones sugeridas u ocultas también bajo capas de significado.

Es un pintor que no se agotará en especulaciones y reflexiones, sino en la búsqueda de la esencia del oficio pictórico, en la identidad del creador absorto frente a la experiencia de la vida, asombrado ante las expresiones de la naturaleza humana. La pintura permite reinventarse, crear y recrear, afortunadamente habrá tiempo para más, habrá mucho tiempo para la creación y la contemplación.

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